Fragmento del cuento: Un hombre de piedra, publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria de enero, 2022
"...Lloraré a mares porque estaré consciente. Lloraré a gritos porque sabré que soy Manuel Méndez. Evocaré con claridad a mis padres, a esa infancia triste e injusta, solitaria. A mi baja autoestima, al bullying de la escuela. Al terror por los demonios y a las pesadillas. Lloraré porque ya no podré olvidar más, porque las lagunas mentales no aparecerán aunque yo las invoque y las llame y las añore pero aun así, no vendrán. Lloraré porque todos estarán acechando en mi pensamiento cuerdo y diáfano, incluso Max con su amor y mi familia con su preocupación y cariño, pero también la amenaza de la Institución para enfermos mentales y el pánico infernal. Lloraré porque ya no podré eliminar mis remembranzas y así, en ese estado de lucidez, no querré volver nunca. Nunca más a mi pasado. Mi cabeza se volverá de piedra para no pensar, ni imaginar, ni reflexionar. Todo mi cuerpo será una roca insensible..."
Fragmento del cuento: Antifaces. Publicado en la Revista Máquina Combinatoria. Noviembre, 2021
"...Cruzo el portal. Avanzo por un hall de paredes blancas con cuadros surrealistas y llego a un salón donde hay mesas con manteles habanos, sobre éstas, hay vasos y jarras con agua y refrescos. En el centro, unos pequeños sánduches sobre bandejas desechables de cartón. Se escucha una música suave en volumen bajo. Las personas están de pie y se miran entre sí. Todos llevan antifaces como exigía la convocatoria. De inmediato, me llama la atención la variedad de modelos y de tonalidades de éstos. Algunos muy sencillos y otros muy excéntricos. Me fijo en los detalles de cada uno. Miro a alguien que lleva uno en tono pardo y con un ribete dorado en el filo que bordea sus ojos, de la parte central se desprenden plumas marrones que cubren la frente del personaje que está detrás. Volteo mi cabeza y veo a alguien con una careta blanca en cuya parte superior se acentúa un tono cobre brillante. Una persona, que se nota que ya tiene una edad algo avanzada, lleva una máscara gris sobre la que hay un tejido de mullos apretados y entrelazados con pedrería plateada. A mi alrededor, pasean otros individuos que usan disfraces que aparentan caras sofisticadas y excéntricas de felinos, otras de arlequines que intercalan matices intensos al estilo veneciano con elevaciones cóncavas que terminan en puntas circulares como usaban los bufones en las cortes de los reyes. Me llama la atención un antifaz de color verde aceituna que tiene un calado como la filigrana. Un hombre con una mascarilla negra y adherida a la piel como si se tratara de un látex, se acerca..."
Fragmento del cuento: Una mesa para dos. De María Dolores Cabrera, publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Mes de septiembre, 2021
"Natalia, mujer de baja estatura, pelo castaño y ojos verdes y Elena, un poco más alta y trigueña, entran al restaurante que han elegido para pasar una tarde amena y ponerse al día en las novedades personales que tienen para contarse. Ambas bordean los 45 años de edad. Fueron amigas desde la universidad y tienen intereses parecidos en la vida. Las actividades independientes de cada una, les han impedido el poder verse desde hace algunos meses.
Un pianista con traje de gala, piel morena y tercera edad, interpreta un “Nocturno” de Chopin, mientras un mesero joven les conduce con actitud amable y formal, hacia una mesa para dos. Está ubicada al fondo y desde ahí, pueden admirar el resto del lugar. Es amplio. La decoración combina el ladrillo y la madera. El techo es alto con vigas cruzadas y unas largas lámparas de mimbre cuelgan sobre las mesas. Los manteles son de yute color habano. En las esquinas, hay grandes maceteros con variedades de helechos y en el frente, un bar con taburetes de tono café. Elena lee la carta del menú y elige primero:..."
Poema: Detenerme. Leído en el III Encuentro Internacional de Arte y Cultura
Detenerme
Detenerme un paso atrás del punto exacto.
Detenerme antes de acabar mi danza con la vida.
Acaso un instante previo al giro macabro de mi historia,
al momento preciso en el que se murió mi día y agonizó mi noche.
Detenerme y no alcanzar el vértice negro,
el fragmento aciago que desterró mi risa, torció la línea y viró el camino.
Detenerme en el minuto que precede al soplo fatal de mi agonía.
Oblicuo es ahora el sendero hacia el abismo.
Una trocha oscura y helada.
Una gélida neblina que me extingue.
No hay nadie en el límite mordaz de aquel final.
No hay luz, ni aire, ni ruta cierta, ni siquiera hay soledad.
No hay claveles negros de pesar, ni luto, ni hadas blanquecinas.
No hay ángeles satinados por el aura, ni canciones tristes.
No hay luna sanadora, ni estrellas rescatistas que me miren con ternura.
Hay demonios gozosos y risueños.
Hay fantasmas y aves de rapiña.
Hay negruras perversas de destierros infaustos y alimañas malignas.
Y yo miro aturdida a las caras burlonas, a los rostros aciagos que se mofan, se ríen de mi afán por volver.
Que las horas no regresan me dicen, me insisten, me recalcan satisfechos.
Más yo grito y me retuerzo y me aniquilo por no estar en la cinta de video.
En la película que vuelve, que revierte, que da retro y se afianza en aquel segundo yermo donde puedo detenerme.
Y en el borde del barranco, en el filo infranqueable de la fosa, me volteo con los ojos confundidos.
Con la sonrisa fingida.
Con el duelo sobre el pecho.
Y suplico que el tiempo me retorne a aquel sitio bendito, a la huella marcada donde pueda sostenerme,
donde vengas a buscarme,
donde tome yo tus manos,
donde quieras abrazarme y detenerte.
María Dolores Cabrera.
Poena: Mi cuerpo. Leido en el III Encuentro Internacional de Arte y Cultura
Mi cuerpo
Piel. corteza de manzana, de durazno, de uva roja.
Carne blanda que se expande, se madura consternada.
Corazón tan galopante de latidos escarlatas.
Mi cerebro como un potro engranado en gris y blanco.
Es mi cuerpo. Es mi cuerpo atormentado que me ciñe, me aprisiona.
Y el espejo me lo muestra complacido.
Me lo expone con malicia y me escupe carcajadas con cruel satisfacción.
Él se ríe de mi cara afligida,
de mis ojos abatidos,
de mi cuello estrangulado,
de mi garganta asfixiada que me impide respirar.
Quiero verme frente a frente desde afuera, sin cristales ni reflejos.
Quiero ver mi alma lozana como fruta evaporada, sin ropaje ni envoltura.
Ver mi espíritu ya libre de ese frío y del calor,
de la transpiración seca y la humedad.
Despedirme de mi sangre enardecida, de mis entrañas caducas.
Alejarme de mis pies que me conducen sin un rumbo,
de mi vientre de semillas que no quieren germinar,
de mis huesos que se mueven sin deseos, ni propósitos ni afán.
Distanciarme de mis dedos indecisos, de mis manos vacilantes.
Arrancar las ataduras de mis venas,
y romperme con los dientes esta camisa de fuerza que me ataja al gritar,
y salir como un destello, como un vuelo de luciérnaga hacia el centro de una noche,
hacia el medio de una estrella,
hacia el beso de una luna
y dejar mi cuerpo yermo sin tortura,
sin el aire, sin el sueño tormentoso, sin la vida desleal.
María Dolores Cabrera.
Fragmento del cuento: La cabaña. Publicado en la revista literaria digital Máquina combinatoria. Agosto, 2021
"... A las 03H00, Marlene escucha un grito despavorido como arrojado desde una caverna infernal. Es Mateo. Se levanta horrorizada y corre hacia la habitación de su nuera y de su hijo. Encuentra a Paola que suda e intenta calmar al marido mientras la madre grita:
_¿Qué le pasa? ¿Qué tiene?
_No sé, Marlene. Se despertó dando alaridos escalofriantes, como si tuviera una pesadilla, como si hubiera visto al diablo. Trato de despertarlo pero no lo consigo. Está pálido y tiene los ojos abiertos pero desorbitados, como si no fuera él, como si los gritos no fueran suyos. Como si algo o alguien estuviera mofándose dentro de él.
La madre mira aquel semblante blanco similar al de un espectro y sus labios amoratados. No reconoce el rostro de Mateo como el de su hijo. Mientras tanto, los demás ya se han levantado y miran absortos, espeluznados y estremecidos desde la puerta del cuarto. Nadie comprende nada. Tratan de pedir ayuda médica con el celular pero en medio del intento, Mateo empieza a respirar agitado como si quisiera devolverle el aliento a su propio cuerpo y recuperar, poco a poco, a su yo dentro de éste. Cuando logra volver a hablar, explica que no sabe qué fue lo que sucedió. Comenta que estaba paralizado como si una fuerza demoníaca le sujetara su alma y su cuerpo. Que no podía gesticular palabra alguna y que un poder maligno lo controlaba. Tarda mucho en recobrar el color de la piel y el de los labios. En las horas venideras, no hay paz para nadie..."
Fragmento del cuento: El laberinto de Julia. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Julio, 2021
"...Julia comenzó a extraviar su mirada por largos períodos de tiempo. Solía fijar la vista en cualquier punto de la habitación, en algún mueble, en el techo, en la cocina o hasta en un plato o utensilio. Agustín sabía que cuando eso pasaba, ella se había ido. Salía de su cuerpo y lo dejaba vacío. Su mente en blanco. Las pupilas de sus ojos, desorientadas. La consciencia y los pensamientos, ausentes. Al regresar, ella se sobresaltaba y no reconocía a su yo. Volvía a un cuerpo que no aceptaba como suyo y preguntaba sobre muchas cosas que no reconocía. Cuando aquella duda fue sobre su marido, Agustín sintió como si un rayo le atravesara por la mitad. Ella le preguntó, por primera vez, quién era él.
Se sometió a exámenes y el diagnóstico fue el que temían. Al principio, la desubicación y los olvidos eran esporádicos pero siempre, en algún momento regresaba a la normalidad. Sin embargo, poco a poco su consciencia se escapaba con más frecuencia a otra dimensión. La demencia invadía su mente con velocidad.
Julia dejaba cosas en lugares equivocados. Una manzana dentro del anaquel del baño y las llaves de la casa dentro del refrigerador. Mariela y Javier, los dos hijos de su primer matrimonio, llegaron a la casa un sábado por la tarde con sus cónyuges y sus niños. Julia se incomodó porque no supo quién era ese grupo de personas que llegaba con tanta confianza y familiaridad. Ellos se sintieron devastados por la realidad.
Una noche el marido la encontró dormida en la cocina. Supo que no había podido encontrar el camino hacia su habitación..."
Fragmento del cuento: La curandera. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Junio, 2021.
"El fuerte olor del emplasto preparado con caléndula, la agradable fragancia de las infusiones de manzanilla. El aroma de los ungüentos de Aloe vera y del aceite de abedul. Un anaquel de madera rústica con morteros de piedra en donde se muelen las hojas de Ruda, de Lavanda y de Llantén para preparar los cataplasmas. Sahumerios y ramas de canela. Gemas de cuarzo y amuletos. Sal en grano y cabezas de ajos. Recipientes con Jengibre. Inciensos que despiden esencias y las velas que se encienden según la dolencia a tratar. La de color naranja para ayudar a mejorar el sueño, la amarilla para enfermedades nerviosas y del corazón, la verde para el páncreas y la azul para la piel. La vela blanca para purificar la mente. A un lado del mueble, dos hamacas. Al otro extremo, una cama agreste con cobijas coloridas.
Es el escenario a media luz del interior de un chozón usado como un espacio sanador. Ahí se percibe, impregnado en los rincones, la fuerza de los inciensos y el poder del Palo Santo.
Es donde pasa la mayor parte de su tiempo, Mama Hilda, la curandera como le dicen todos en el pueblo. Una mujer anciana y sabia, que fuma tabaco por las noches. Sus vestidos son ancestrales, largos, livianos y casi siempre blancos. De voz gruesa y ronca pero poderosa. Pelo blanco y rizado. Tez morena.
En la cama, bajo una ventana que se asemeja más a un agujero con una cortina de cabuya, reposa Martha. La luna observa por una hendija como una cómplice que lo entiende todo, colabora y participa del propósito. La joven es una mujer con afecciones del alma, cicatrices invisibles, el espíritu incinerado por el fuego de su infierno..."
Fragmento del cuento: Tu nombre y el mío. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Abril, 2021.
"...La cercanía me permite reconocer un cuerpo humano. Un cuerpo que intenta incorporarse. Levanta su cabeza y en esa mirada hay terror. Es una persona. Una mujer madura que me muestra un rostro lacerado. Me apresuro a auxiliarla y me agacho. Tomo sus manos, le duelen. Me observa y veo en su expresión un pánico atroz. Suda. Tiembla. Los ojos húmedos y enrojecidos me suplican ayuda. Intenta hablar pero no puede. Se angustia por explicar algo. Es una mujer golpeada, maltratada, desvalida. Tiene moretones en la cara, en los brazos, en sus piernas. Los párpados hinchados. La ayudo a ponerse de pie pero sus extremidades no poseen la fuerza para sostenerla. Parece que sus huesos estuvieran rotos. Le pregunto su nombre pero no responde, no consigue hablar. El aliento se ahoga en su garganta. Su pelo corto y algo canoso, está sucio. Una mezcla de agua salada, de arena y de sangre endurecida se entreteje en el cabello como una costra que lo enmaraña. Un vestido negro en harapos la cubre a medias. Sus pies están descalzos como los míos pero tienen lesiones en carne viva, sucias, infectadas. Quiere vomitar. Trato de sostenerla pero su peso es superior al mío y se desploma. La sujeto pero no consigo ayudarla a caminar. Alzo su brazo y lo coloco alrededor de mi cuello para que pueda apoyarse. No sé de dónde ha salido. Desde qué lugar ha conseguido arrastrarse hasta aquí. Si la trajo el mar o si alguien la abandonó moribunda. La playa sigue desierta. Miro hacia todos lados pero no encuentro quién pueda ayudarme, ni un pescador, ni un turista, nadie..."
Fragmento del cuento El Pintor. Publicado en la Revista Literaria Digital Máquina Combinatoria. Marzo, 2021
"...Paso por la cocina en penumbra y tomo un cuchillo. Pienso en la muerte. En un final absurdo y trágico. Pienso en Margot. Agustín baja conmigo y maúlla. Abro la puerta de mi sitio de trabajo. Me espeluzna imaginar lo que voy a encontrar. Enciendo la luz con cautela y lo que veo me inmoviliza. Estoy estático y mudo. Sin palabras. No puedo gritar. Tengo taquicardia. Un sudor frío me recorre por el cuerpo. Todo está en el piso. Roto. El caballete despedazado. Los tubos de las pinturas regados por el suelo. Reventados. Pisoteados. La paleta averiada. El lienzo con los colores del lago está retaceado. Apenas veo una parte del agua que parece ondular sobre el suelo. El equipo que utilizo para la música, está tirado pero intacto. Mi delantal y la boina es lo único que han dejado en su lugar.
Las puertas del mueble blanco donde guardo mis trabajos aún sin enmarcar, están abiertas. Mi esfuerzo de años destruido. Los lienzos ajados. Veo paisajes cortados. La mitad del rosal en medio del campo. Parte del ramillete de flores amarillas. Un trozo del caballo que pasta delante de una cabaña. Mitades de Árboles. Tan solo la esquina del bote atado al muelle. Mariposas con alas trizadas. Aves fragmentadas. Un mirlo en la ventana que está estropeado. Calles divididas en pedazos. Parte de la entrada colorida de una vivienda rural; en fin, tantas y tantas cosas que he atesorado y que no he vendido porque en nuestro medio es difícil pero que con paciencia iban a salir. Todo en hilachas, cortados con cuchillo o tijeras. Cada uno, una ilusión devastada, una alegría anulada, un placer aniquilado. El alma rota. El espíritu quebrado. La saliva atorada en la garganta. Las lágrimas ahogadas en los ojos. El dolor que arde en la mitad del pecho..."
Fragmento del cuento Paisajes. Publicado en la Revista Literaria Digital Máquina Combinatoria. Febrero, 2021
"...Continúa y cada vez su comunión con el entorno es mayor. Puede escuchar el ruido monótono y rítmico que hacen sus zapatos al pisar las hojas secas del sendero. Siente un movimiento sobre la rama de un árbol y al mirar hacia arriba distingue a un Tucán Andino. Se maravilla de su plumaje gris azulado. Tiene el pico colorido y un círculo alrededor del ojo que intercala el amarillo, el verde y el celeste. Lo fotografía encantado. El ave lo mira con recelo pero no se mueve. Felipe continúa el trayecto mientras cientos de pequeñas mariposas blancas pululan como estrellitas a su alrededor.
De vez en cuando, libélulas que parecen disfrazadas de hadas, le dan la bienvenida al bosque como si fueran almas que aún no han nacido en este mundo mezcladas con otras viejas que ya han vivido en la tierra y han muerto. Piensa en Raquel y en ese momento tiene la sensación de que esos insectos le invitan a transmutar para ser parte de su realidad. Vive una sensación subjetiva, mística. Avanza y de pronto, atisba con emoción a un colibrí que bebe agua de una hoja cóncava. El plumaje es de un tono turquesa brillante, tornasol y tiene una franja morada en cada costado de su minúscula cabeza. Está suspendido en el aire y aletea a gran velocidad. Sabe, por sus investigaciones, que existen más de 300 especies de colibríes y que son las aves más pequeñas del mundo. Atrapa todo en imágenes que quedan guardadas en la cámara..."
Poema: El juego del perdón
Los párpados se abren cansados, agotados de tanta oscuridad.
La luz impertinente me lastima los ojos, me insiste, me recalca que todo terminó.
La ceguera maldita se ha ido, se ha marchado contenta y satisfecha del daño que ha causado, del mal, de los avernos, de la perversidad.
Se aleja mientras ríe camino hacia el portal.
Me quedo entumecida, clavada en mi lecho, en ese espacio yermo que debo abandonar.
Entiendo que no hay sueños, ni crepúsculos recios, ni más opacidad.
Deduzco que el demonio me deja en libertad.
La vigilia me asusta. Me advierte. Me castiga. Me dice que no hay día, ni noche, ni piedad.
Que todo está perdido y se mezcla la luna turbada con el sol. El negro se hace blanco y lo níveo cerrazón.
Hoy todas las palabras me danzan en las sienes. Me dicen coherencias, también inconexiones.
Me cuentan que te fuiste cargado de pesares. Repleto de condenas, de errores imborrables, amargos, indelebles.
Me avisan las urgencias, la prisa de la muerte.
Me piden que perdone, que grite, que me eleve pero solo me hundo, naufrago, me sumerjo y lloro mi razón.
Me culpo. Te acuso y me perdono. Me imputo y yo te absuelvo.
El laberinto exprime mis ansias de indulgencia y entonces veo un ave con alas gigantescas que cruza desterrada y mira mi dolor.
Estiro yo mis brazos y trato de alcanzarla. Me auxilia su clemencia. Se acerca y la toco. Me aferro a su consuelo y entonces me fusiono con plumas de algodón.
Me elevo mientras miro mis heridas abiertas tendidas en el lecho que claman aterradas el arte incomprensible del juego del perdón.
María Dolores Cabrera.
Fragmento del cuento: La chef (Un cuento de aromas y sabores) de María Dolores Cabrera. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Enero, 2021
"...Saltea puerro y cebollín y el chirrido de la mantequilla amilana sus miedos y resalta la alegría del corazón. Parte los tomates, entonces ignora el desasosiego y descubre el regocijo del alma. Mezcla la salsa carbonara que amedrenta la tristeza y la conforta. Muele el ajo a la vez que intimida a la ansiedad y despierta a la esperanza. Corta el zucchini, la berenjena, y de inmediato minimiza el desconsuelo y se alivia. Lava el brócoli, mientras merman sus dudas y se consuela. Huele la canela y los granos de café, eso aminora sus rencores y se sosiega. Percibe la frescura del perejil, lo que diluye la ira y su enojo. Batir la natilla hace que se esfume la pena y se anime. Tritura las almendras y con ellas los resentimientos. Licúa el pesto y se llena de energía. Amasa el compuesto fermentado para la ciabatta y se colma de aliento. Al emplatar los gnocchis, se desprende del cansancio y se fortalece. Adereza con adobos y aliños. Condimenta, sazona y eso la estremece de placer. La textura del salmón al horno y el aroma del camarón salteado, le complacen hasta un delirio de felicidad..."
Fragmento del Cuento: Palabras esdrújulas, publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Diciembre, 2020.
"Los niños caminan en grupo. A cada paso, restriegan sus zapatos sobre la tierra. Algunos de sus perros los siguen necios por el sendero. Se levanta una polvareda pero a ellos no les importa. Están acostumbrados. Respiran un polvo que solo es visible cuando danza bajo rayos de luz, pero sus gargantas y pulmones ya se han habituado a esto. El pelo, el rostro y hasta las pestañas muestran residuos de partículas terrosas. Tosen un poco pero continúan. Conversan. Se ríen a carcajadas de todo y de nada. Avanzan a la vez que saltan, juegan con ramas y piedras que toman de la orilla del camino. Alfonso, el más alto aunque no por eso el mayor, reitera desafiante los apodos que ha puesto a los demás. Se resienten, aunque en broma, para lanzar cascajos al provocador.
Jacinto, Alfonso, Rocío, José y Beatriz, tienen ocho años. Hay pequeñas diferencias de edad entre ellos; meses más, meses menos. Rocío hace tres semanas ha cumplido nueve y José, recién cumplirá ocho en abril. Estudian en la misma escuela, en el mismo grado. Falta poco para llegar. Desde el barrio en el que viven hasta la escuela, hay dos kilómetros de distancia. Hoy, más que nunca, hace calor. Visten pantalones cortos y camisetas livianas sin manga. A una cuadra ya se divisa la estructura desgastada del plantel. Una edificación pequeña, alargada pero sin altura, precaria. Las paredes deslucidas, con ventanas chicas. Los rayos de sol hacen brillar la cubierta de metal que cubre la construcción y en la que, por lo general, descansa un gato pardo que alimenta Elena, la directora..."
Fragmento del cuento: No me dejes ir. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Noviembre, 2020.
"...La velocidad aumenta y me causa vértigo. Vomito encima de mi cuerpo. El frío en el cuello, se convierte en un susurro siniestro. Miro una sombra colosal frente al parabrisas. Es un árbol enorme. Voy a chocar contra él. No hay escapatoria. No lo puedo evitar. El impacto es fortísimo. Lo vivo como en cámara lenta. Mi cabeza se agita por el golpe y la música del equipo empieza a sonar en volumen máximo. Me ensordece. Todo explota. Se rompe. Miro como vuelan por el aire, los pedazos blancos de la carrocería. Abro y cierro los ojos de manera intermitente. Acepto mirar y a la vez me niego a hacerlo. La decisión alterna en intervalos de segundos. La piel de mi rostro se comprime con muecas de pánico y cierro mis puños con fuerza, como si eso me preparara para protegerme de la colisión. Escucho mis propios alaridos. Los trozos de vidrio de las ventanas se esparcen por el aire como una lluvia de cristales que tintinean al caer. Mi cuerpo se tambalea, se dobla. Mi cabeza golpea contra una de las ramas del árbol incrustado en el parabrisas y rebota..."
Fragmento del cuento El jugador. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Octubre 2020
"...Las visitas al casino se repiten tarde tras tarde. Por las noches, cuando regresa al cuarto semi oscuro y reducido donde vive en el sector colonial de la ciudad, su actividad depende de si ha ganado o ha perdido. En aquella mustia habitación, por lo general, cuenta siempre con una botella de licor barato que repone con otra cuando se termina, también con algunos víveres y unos pocos trastos acomodados dentro de una alacena de madera empotrada en el rincón. Bajo una pequeña ventana, hay un mini refrigerador blanco de bar donde es común que tenga leche, algo de fruta, a veces un trozo de carne y un plato de arroz. Al otro lado de la cama está el closet y la puerta de un baño básico y diminuto. Si ha sido una buena tarde, prepara la cena en su minúscula cocineta eléctrica. Mira cualquier película de acción y hasta pone música antes de dormir. Si ha sido una tarde mala, toma un vaso de agua, no come y se acuesta temprano pero siempre obsesionado con la vida de Gabriela..."
Fragmento del cuento Rezagos de un payaso. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Sep./2020
·...Al rato constató que se trataba de una frondosa peluca. Lo que estaba frente a él, era un cuerpo humano que tenía vida. Un ser que al mostrar su cara asustó al chico que seguía siendo una sombra sin materia. Reconoció a un payaso que al mirarlo, le mostró un rostro triste, tristísimo. Una tétrica expresión de horror. Un sollozo angustiado. La árida mirada que brotaba de los ojos verdes de un anciano y una mueca lastimera que contrastaba de manera espantosa con la enorme sonrisa dibujada alrededor de su boca que era roja, al igual que el círculo irregular de su nariz. La piel de la cara pintada de blanco. Se notaba algo de barba canosa debajo de la pintura. Los ojos manchados con tinte negro diluido por el llanto. Lágrimas oscuras que chorreaban sobre el claro maquillaje..."
Audiocuento El espejo. De María Dolores Cabrera
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Audiocuento La libélula. María Dolores Cabrera
Fragmento del cuento El sótano. Publicado en la Revista Literaria Digital Máquina Combinatoria. Julio 2020
"...Rompí el candado. Tomé la perilla, la giré y empujé hacia adentro. Las bisagras rechinaron. Estaban oxidadas, noté que no se habían movido en mucho tiempo. En cuanto miré lo que estaba al otro lado, vi una horrible escalera de bajada. Crucé y empecé a descender por unas gradas sucias y grasientas. Despacio, con miedo. Mi corazón tenía el ritmo acelerado. Yo podía escuchar mis galopantes latidos en medio de un aberrante y espectral silencio. Al final había un portón negro pero era de hierro y no tenía seguro. Lo abrí. Entré a un sitio oscuro y mal oliente. Apestaba. Era un sótano húmedo y el olor era insoportable. Estuve tentada a regresar de inmediato, subir las escaleras, volver a cerrar la puerta de madera y olvidarlo todo, pero ya estaba ahí y lo mejor era continuar. Intenté buscar un interruptor para encender la luz. No lo encontré por algunos minutos hasta que, a tientas, di con el sitio en el que estaba y lo presioné. Se prendió un foco de luz tenue y blanquecina. Pude ver el horror. Eran cajas de cartón pequeñas y alargadas como féretros, podridas y hediondas. Dentro de cada una debía haber algo espantoso, siniestro. Cuando me agaché, oscilando y llena de espanto para destapar una de las putrefactas cajas, me aterró un alarido agudo cuyo eco prolongado inundó el sótano. Mi respiración se detuvo. Era el maullido de Aníbal que había bajado para advertirme que no me atreviera a hacerlo. Es solo un gato pensé, no debo temer y entonces, abrí una de las cajas, lo hice muy despacio y con terror..."
AUDIOCUENTO Siempre de azul
Fragmento del cuento El bosque. Publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria. Junio/2020
"...me doy cuenta de que ya he conducido hacia las afueras de la ciudad. Hay menos gente y menos casas y menos carros. Miro árboles y plantas y me gusta el rumbo que he tomado. Silencio. Calma. Sosiego. Parece que el virus no hubiera descubierto aún este espacio colmado de paz, con olor a armonía y con sabor a quietud. Después de unos minutos, estoy en la vía de una carretera. Ahora sí, bajo los vidrios de las ventanas. Inhalo profundamente. Siento placentero que el aire puro ingrese a mis pulmones. Contengo la respiración y luego exhalo muy despacio. Escucho el leve sonido que emiten las hojas al moverse. El casi imperceptible murmullo de las alas de las libélulas y el sutil susurro de lejanas aves. Me gusta y continúo el viaje. No sé a dónde voy ni me importa. Enciendo el equipo de música del auto y de inmediato, suena un disco compacto que ya estaba ahí desde antes. Escucho la letra de esa canción que siempre me ha gustado, me habla sobre una princesita a quien se le pide que si llueve, vuelva a casa.
Árboles y vegetación a los dos lados de la vía y un camino asfaltado por donde avanzo sin detenerme. El sol se apaga y las nubes amenazan con llover, pero decido seguir. Canto con Soler.
En efecto, oscurece un poco y no solo por la lluvia sino porque la hora del ocaso se acerca. Llego a un poblado donde hay casitas humildes, pequeñas y mustias. Salen dos personas a mirar el paso del carro y un perro defensor de su terreno, me ladra decidido a todo sin que le importe la llovizna. Los habitantes no llevan mascarilla. Aquí la pandemia solo los ha mirado de lejos. Alzo mi mano, saludo y paso..."
Microrrelato: Proviciones. Publicado en la página del Fondo de Cultura Económica Ecuador
Proviciones. -
_Aníbal, llamó Agustina. Dijo que están bien, que te dejara dormir y envió besos para los dos.
_¿Preguntó si aún tenemos provisiones?
_No. Ya sabes que nuestros hijos son descuidados con esos detalles.
_Sí. El amor no falta, Emma, pero estamos muy viejos. Le pagamos a nuestra vecina Martha para que deje los víveres, cada semana, en la puerta del departamento o no tendríamos comida. Me alegraría que Agustina, María o Carlos, preguntaran cómo lo hacemos.
_No podemos juzgarlos. Tienen sus vidas, sus problemas. Los niños...
_Emma, ¿escuchas ese alboroto? Algo sucede. Miremos por la ventana. Mujer, sacan a Martha en una ambulancia. ¿Será el virus?
_No lo creo, Aníbal. Ah, llamó Carlos. Dijo que nos quiere, que nos cuidemos, que estamos en su corazón.
_También lo amamos. Pobre Martha. Los dos se miran. Hay pocos alimentos para la semana y la cuarentena por la pandemia, continúa indefinida.
Fragmento del cuento: El Escritor, publicado en la Revista Literaria Digital Máquina Combinatoria. Mayo, 2020
"...Amo el toque de queda y me complazco con el silencio que me envuelve cuando éste comienza. El sigilo de la noche es mi aliado y el interminable mutismo de la luna, mi consuelo. No salgo, no tanto por temor al contagio como la mayoría de la gente, sino porque al fin, en esta etapa de mi vida se me ha cumplido el deseo de quedarme conmigo mismo, con Magda, con mis libros, con los cuentos y las novelas que escribo y con nada más.
He escuchado que el Corona Virus vino a quedarse, que llegó para enseñarnos cosas, para sacudirnos, para obligarnos a reflexionar sobre nuestra anterior y absurda forma de vivir, para darnos una lección. Sin embargo, no lo creo. Las personas están demasiado dominadas por un sistema que las obliga a desear volver a su vida anterior. Desesperan porque el infierno del encierro acabe. Yo sonrío, sonrío con mucha complacencia porque nadie pudo contra mi depresión, ni los profesionales, ni los químicos, ni las infusiones caseras de valeriana, solamente este grato y gentil aislamiento social..."
Fragmento del cuento: El balcón, publicado en la página web de Editorial El Conejo. Ecuador. Sección Covid19, Historias de Ausencias
"...Siento frío. Tirito. Me mareo. Entro. Voy a la cocina otra vez. Estoy temblando. Advierto palpitaciones aceleradísimas en el pecho y mi pulso galopa. Consigo abrir el anaquel y saco una funda de té. Enciendo la estufa y caliento agua. Preparo la infusión y la bebo hirviendo. Me quemo. La dejo. Voy a la sala. Vuelvo a mirar por el balcón. Me siento íngrima. No hay gente y tengo mucho miedo. No entiendo por qué me he quedado sola en la ciudad, en el país, en el continente, en el planeta. Miro al cielo en busca de esos seres que tal vez me mantienen con vida pero ¿por qué? ¿Para qué?..."
Fragmento del cuento: Anestesia, publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria, mes de marzo, 2020.
"...La calma se altera poco a poco, como cuando de pronto se escucha el zumbido de un zancudo que advierte que no dejará dormir. Luego, en medio de la oscuridad, oigo que ya no es solamente uno, son dos, tres... Me inquieto. Ahora son más, muchos más. Los zumbidos se multiplican pero inesperadamente mutan y se convierten en susurros. No son mosquitos, son voces, expresiones de tétricos seres que rumoran. Planean algo. Es como si continuaran entrando sin abrir la puerta. Se ubican alrededor de la cama para mirarme. Se acomodan para examinar mi situación. Para decidir sobre qué hacer conmigo. Para resolver sobre el destino de mi alma. Para disponer sobre cuál será mi suerte..."
Fragmento del cuento: La prisión, publicado en la revista digital Máquina Combinatoria, de febrero 2020.
"...Percibo hedores nauseabundos que no conocía antes. Parece que la porosidad de los ladrillos absorbiera todo el sudor de los reos, los fluidos de los cuerpos y los dejara impregnados en las paredes y hasta en los muros del patio. Hay una pestilencia que invade el aire. No hay limpieza que recoja la grasa caliginosa y volátil que se percibe en cada respiración.
Recuerdo a Inés en sus dos facetas. La miro dentro de mis pensamientos, así como ella era antes de que la enfermedad la atraque. Limpia. Impecable. Fresca. Pero también veo su piel pálida, casi transparente. Las ojeras bajo sus ojos marcadas de un tomo oscuro grisáceo, amoratado y verdoso a la vez. Su cuerpo temblando después de cada vómito, de cada estertor. Llegó un momento en el que ya no comía, cualquier cosa que intentaba tragar regresaba como horrorizada del interior de un cuerpo macabro, dañado, roto..."
Fragmento del cuento: Vino tinto, publicado en la revista literaria digital Máquina Combinatoria de abril, 2020
"...Escucha al silencio. Descubre que puede escucharlo como un zumbido sordo, como un eco mudo. Es algo raro, casi absurdo pero real. Va a la cocina y se da cuenta de que los alimentos escasean aún más pero todavía hay café. El refrigerador está casi vacío. Se limita la posibilidad de preparar la comida. Come algo básico y recuerda que el vino le ayuda a espantar la angustia y merma su ansiedad.
Busca en su bar y encuentra la última botella de vino tinto. Le inquieta la idea de que no haya más pero la descorcha y esta vez, en un par de horas, se lo termina.
Al día siguiente, siente dolor de cabeza y no tiene ganas de ducharse. Se queda en la cama y no se conecta con la empresa financiera para la que labora.
A medio día se siente mareada y toma un café. Mira el noticiero y escucha que las medidas del gobierno son mucho más drásticas que antes. La pandemia se esparce como un manto maligno que cubre las poblaciones, las ciudades, los países, los continentes. Andrea lo visualiza como una brea negra que chorrea sobre el mundo hasta cubrirlo en su totalidad. La gente se esconde para no ser manchados por este mal aterrador y mortal..."
Fragmento del cuento: Las sombras, publicado en la revista Máquina Combinatoria de enero, 2020
"...Soy un Lo que casi nunca cambia es su extraño rasgo introvertido y callado. Aislado y solitario. Su vocabulario es muy reducido, no porque no sepa usar el lenguaje, sino porque no le agrada hacerlo a menos que sea imprescindible. Parece que siempre estuviera maquinando algún enigmático plan. Que su mente se hallara ocupada por pensamientos complejos. Que su alma permaneciera conectada con otras que no pertenecen a este planeta. Que su espíritu se comunicara, la mayor parte del tiempo, con cierto tipo de ángeles blancos o negros. Con duendes elementales de temperamentos e intenciones complejas o con hadas misteriosas y arcanas. Con recónditos personajes de otros mundos que lo escuchan y con los cuales dialoga. Marcela dice que parece que tiene tantos asuntos en el “más allá”, que no tiene tiempo para relacionarse con los habitantes del “más acá”.párrafo. Haz clic aquí para añadir tu propio texto y modificarme. Soy un gran lugar para que cuentes tu historia y que tus visitantes te conozcan un poco mejor..."
Comentarios recientes
Querida Lolita felicitaciones la página está lindícima y muy didáctica. Un fuerte abrazo