(Historias, comentarios, entrevistas, videos, artículos, ensayos, relatos, cuentos y más)
Soy María Dolores Cabrera, escritora. Bienvenido/da a mi blog personal. Aquí encontrarás mucho de lo relacionado a mi literatura y a mi narrativa en general. Mis libros publicados y sus temas. Escritos, cuentos, poemas, microrrelatos. Conocerás mi opinión sobre diferentes temas. Mis ensayos sobre escritores y escritoras. Trabajos y análisis sobre libros, autores y más.
María Dolores Cabrera, nació en Quito, Ecuador en 1962.
Sus estudios universitarios de psicología clínica, los hizo en la Universidad Católica, de la que egresó en el año 1984. Desde 1994 hasta 1998, fue miembro del taller de escritura dirigido por el escritor Abdón Ubidia. En éste último año, 1998, publicó con Editorial El Conejo, en la ciudad de Quito, su primer libro de cuentos: Más Allá De La Piel.
En el año 2004, el Centro de Estudios Poéticos de Madrid (España), editó un libro: Calma Infinita, en el que publicó el poema: Mi Luna, de María Dolores Cabrera.
El segundo libro, también de cuentos, lo publicó con la misma Editorial El Conejo, en el año 2010, bajo el título de: De Nuevo Tus Ojos. Luego, en 2012, la misma editorial publicó su novela: Te Regalo Mi Cordura.
María Dolores, obtuvo en 2014 un “Diplomado en Literatura Latinoamericana” en la Universidad De Los Hemisferios, de la ciudad de Quito y en 2015, aprueba en la Universidad Andina Simón Bolívar, tres niveles del Curso Abierto de Literatura: Narrativa de Mujeres, siglos XIX – XX – XXI. Posteriormente, cursa tres niveles más del Curso Abierto de Literatura: Maestros del Terror, Ciencia Ficción y Lo Popular, en la misma Universidad Andina Simón Bolívar de Quito.
En el año 2016, nos presentó un nuevo libro de su autoría: Cuando Duermen los Jilgueros, novela que ha sido publicada en la Editorial Pentian, en Sevilla, España.
En el año 2017, asistió al taller para escritores, organizado por Editorial El Conejo y dictado por el escritor mexicano, Alberto Chimal.
El día 06 de Julio de 2018, nos presentó, en el Centro Cultural Benjamín Carrión, a las 19H00, una nueva novela, PINCELADAS (Bosquejo de un trastorno), cuya historia aborda el polémico tema de la depresión. En este evento intervinieron el escritor y periodista Rubén Darío Buitrón y la psicóloga Alexandra Pinto.
El 20 de noviembre de 2021, en el Centro cultural Benjamín Carrión (Bellavista), presenta un nuevo libro de 25 cuentos: Siempre de azul (Cuentos escritos en pandemia). Esta presentación estuvo a cargo de los escritores Rubén Darío Buitrón, Iván Rodrigo Mendizábal y Diego Maenza (Editor).
El 19 de enero de 2023, presenta el mismo libro: Siempre de azul (Cuentos escritos en pandemia), pero esta vez en la Biblioteca Menzies de la Universidad Nacional de Australia, en la ciudad de Canberra, Australia.La presentación estuvo a cargo del Embajador de Costa Rica, Armando Vargas Arraya.
"...Bernardo, no sabía cómo deshacerse de aquella imagen del sueño que lo aterraba. Miraba el lienzo y a la vez esos ojos recurrentes y llorosos suspendidos frente a su propia cara. Él ya no estaba dormido pero la figura del sueño permanecía como un fantasma que se había salido de la pesadilla para quedarse en su misma dimensión. Sintió un calor ardiente que le anegaba la sangre. El lienzo. La mujer. La sangre. Otra vez, los ojos femeninos suplicando y llorando y de nuevo el tremendo calor de su propia sangre y la tentación del lienzo que le pedía ser pintado..."
María Dolores Cabrera.
"...salí de la casa y caminé por el muelle con pasos lentos. Sin apuro alguno. Todavía el horizonte estaba claro y algunas gaviotas volaban sobre el agua. Había muchos botes, lanchas y yates aparcados y de vez en cuando, el agua golpeaba contra ellos..." "...Observé el mar por un largo rato. Lo presentí omnipotente, grandioso como un salvador. Tal vez como mi único amor..." "...Pensé en mi propio nombre, Marina..."
María Dolores Cabrera.
"...Lo ingresaron a la ambulancia y ésta se alejó con las sirenas y los fulgores rojos encendidos, dejando al pueblo alborotado y con un interminable material que permitía inventar teorías y suposiciones alimentando la imaginación para poder especular a gusto sobre el pobre loco que parece que otra vez se quiso matar. Yo me quedé en la casa. Le pedí al jardinero que me dejara sola, pronto llegaría la policía y yo quería estar ahí..."
"...Me llamo Sara, empiezo, y escribo para poder respirar hondo mientras lo hago. Para sentir que algo en mi pecho se asienta y descansa. Las letras van corriendo mientras mi mano se desliza hacia el borde del papel. Parece que no salen de la mina sino de mis dedos, tal vez bajan por mis venas, vienen de muy adentro y de pronto quedan fijas y me miran. Yo las veo dibujadas y las amo. Están juntas, una al lado de la otra, como mis días, como la cadena de mis horas. Escribir es parir a las hijas mansas de un torrente interior. Brota la vida. Se derrama limpia sobre la página..."
María Dolores Cabrera.
UN ROSTRO CASI HERMOSO
"…El olor de la vida cambia. El color. El sabor que produce el aire al separar los labios para reír. Miguel grita e intenta cantar. Yo lo tomo de la mano y repito las frases, las notas de la primera canción. Él me sigue a su manera. Se ahoga de emoción. Cuando logramos coordinar en una armonía asombrosa que nadie más puede comprender, las lágrimas brotan de mis ojos, de sus ojos. Sabemos que es el amor, el amor por la excelencia de un acorde que se diluye en el aire, por lo sutil de una consonancia preciosa, el amor de nosotros dos por nosotros dos…"
María Dolores Cabrera
He bebido bastante, no sé cuántas horas o cuántos días y noches estoy encerrado en este despacho. El olor a humo de tabaco y a vino tinto está dentro de mí, me sale por los poros. Siento los párpados pesados. El sueño me envuelve la mente y, aunque tengo dudas, creo que he dormido por etapas en el día.
No quiero salir, a menos que sea para ir al baño. Qué ironía, me digo y sonrío (los labios me duelen como si los tuviera hinchados), sí estoy solo, aquí no hay nadie más.
Hace días dejé la ciudad para venir a refundirme en esta hacienda abandonada y vacía como mi propio mundo, antigua y árida como mi piel.
Mis ojos se detienen con lentitud en el centro del espejo ovalado que está sobre el bar. El reflejo de mi rostro se envuelve con el marco tallado en madera antigua; lo adorna, en el extremo superior, una especie de hojas o quizás sean pequeñas alas de ángeles. Ya no soy el mismo. Me miro asombrado. ¡Qué difícil aceptarme así!
Cuando estabas a mi lado, Paula, no tenía la frente tan ancha, ni el pelo gris, hasta lo noto algo azulado ahora. A pesar de todo, creo que me reconocerías. Aún tengo los ojos pequeños y redondos pero las cejas están más finas. Mi nariz, un poco grande, sigue igual a pesar de que veo los pómulos endebles y pálidos. Mis labios, que siempre fueron delgados, ya no tienen su color, ahora los siento espesos. Mi quijada prominente sigue así; pero ya no soy el mismo, después de todo se apergaminó la piel.
Cada objeto se me presenta solitario, desfallecido, ajeno uno del otro. Cada estante, cada libro atestado de un olor a polvo y humedad. Mi viejo escritorio, las cosas que permanecen encima desde hace años, desde esos tiempos en los que todavía no se me pasaba la vida, la tenía activa y llena de oficios gratos.
Te pienso como eras en aquellos días. Sonreías. Alababas a diario mi ropa de vaquero joven y ese gusto por saberme impecable. El sombrero café que tanto te gustaba, Paula, mis camisas a cuadros, los pantalones apretados y las botas caoba con punta de metal.
Cómo disfruté del trabajo de campo. Llevaba el control de toda la producción, del ganado, de la leche. Sin embargo, me doy cuenta de que nada ha tenido el suficiente valor para sobrevivir a la soledad.
Todo es inerte; un cementerio por cuyo aire flota, como en todos los demás, una estela de añoranza por la vida perdida.
Solo el vino está despierto. Recorre mis venas. Me altera. Se queda en mi cabeza. Me erosiona. Siento placer y río, me burlo de la sobriedad, de la mesura, de la prudencia. Lleno otra vez la copa con lo último que hay en la botella y sigo bebiendo. Esta vez es mi trago final.
Antes de terminarlo, volteo muy lentamente la copa. La mantengo suspendida entre mis dedos. Juego. Veo resbalar por el cristal las gotas púrpuras, sofisticadas por la luz, nobles; se reflejan débiles en mis ojos, colorean los contornos de mi mano. Se derrama el vino, se derrama poco a poco tu figura en cada gota y se pasma casi inerte sobre los poros de mi piel. Es la sobra de todo lo que he bebido.
Me detengo y reservo sonriente, un ínfimo sorbo para ti, Paula, para ti, la de los ojos grandes, capaces de abarcar en una sola mirada todas las nubes blancas y todas las nubes grises para luego cerrarlos con fuerza y evitar que se escapen todas tus comprensiones, Paula, y toda tu resignación. La botella se ha quedado sola y vacía en la esquina del barcito.
Siempre amé el vino, pero el vino tinto, el que se parece a mi sangre... y a la tuya.
¿Te acuerdas, Paula, cuando disfrutábamos juntos, cuando entramos contentos ese miércoles tarde al bar de Don Lucas? Tomamos la mesita redonda del rincón, la más discreta, la más aislada. Me vienen a la memoria las sillas antiguas y pequeñas. No había más clientela, solo nosotros, Paula, solo nosotros y el vino que ordenamos.
Me miraste y tu mirada se me incrustó para siempre, charlamos y bebimos. Me abrazaste y te besé. El mesero se sentía incómodo y le pedimos más vino.
El aroma del deseo dio vueltas alrededor nuestro, se mezcló sutilmente con el humo de un tabaco que encendiste. Salimos. Caminamos sintiendo que el uno iba metido dentro del otro, como el vino tinto.
Ahora te siento así todavía, metida dentro y al mismo tiempo girando fuera de mí, danzando con tu falda blanca.
Entrada la noche, miramos hacia arriba. _Son fragmentos de locuras que salpican el cielo _me dijiste_ trozos de ilusiones, estrellas nada más.
En este instante te veo, Paula, te veo. El olor de esa bebida nos une todavía. Estás aquí, con tu figura linda, ágil, pero no puedo precisar tu rostro en mi memoria.
Ven, ven aquí, siéntate sobre mis rodillas y déjame acariciarte, hundir mi cara en tu largo pelo como en esa cabaña desierta que un día encontramos frente al mar. Aspiré todo el aire que había, mezclándolo con tu cuerpo. Inhalé toda la brisa para aprehender tu perfume y sentí que devoraba las gaviotas, el sol, y el horizonte al son de esos besos hambrientos.
Fantasía de una noche de boda, la que nunca tuvimos antes, ni tendríamos después.
Recuerdo que lloraste de alegría, de amor, aunque estoy seguro de que esa vez no me diste todas tus lágrimas, tenías que guardar algunas para después, para cuando te marcharas, Paula. En aquella despedida yo también sentí que mis ojos se humedecieron, pero tampoco te di todo mi llanto, lo reservé para hoy, para el día del recuerdo, del vino y del dolor.
Sé que luego caminaste una y otra vez bajo aquellos fragmentos. Sentías que te miraban. Oías sus llamadas. Te pintaban de miedo. Te tentaban a morir.
Te imaginé tantas veces bajo una tenue luz y su reflejo, tono de sangre y vino sobre tu desnudez, figura ensombrecida, olor ambivalente de carbón y espuma.
Ven, acércate, déjame ver tu cara inocente, de niña enamorada. Déjame ver tu gesto al amarme una vez más. Pero, ¿por qué te escondes? Bebamos juntos estas últimas gotas. ¿Por qué no vienes, Paula?
Trato de alcanzarte y te esfumas en el aire. Me levanto y te sigo. Te tomo a la fuerza con mis manos. Giro tu silueta y te miro frente a frente, cara a cara. ¿Por qué me ocultas la mirada? ¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo?
Ahora te escucho. Respondes con reproche, evocas nuestro error. Y es que entonces nos creímos muy valientes, decididos. Tomamos de la mano amores que pasaban. Construimos otros mundos. Reímos muy seguros. ¿Verdad que no pudimos, Paula, que el aire de esos días regresa a envolvernos?
Tu voz sigue sonando. Las ganas de volver te debilitan. Tiemblas al imaginar la tierra húmeda, mi árbol de almíbar clavando tu raíz y el sueño de que tu semilla tierna podría germinar.
Te dolió tanto saber que todo estaba devastado: el olor de fogata ya extinguida, los frutos de carbón y nuestras esperanzas, espumas que se hundieron. Tú misma viste cómo la tierra de ceniza, aún caliente, las tragaba, las lograba diluir. Entonces enfermaste, Paula, y tus ojos se fijaron en las estrellas que solías interpretar. Te esperaban. Aceptaste ser parte de esos fragmentos, sabías que no eran estrellas nada más.
Estabas vencida. Destruiste nuestras copas. ¡Qué sacrilegio, Paula, si brindamos con ellas en aquel ocaso en el que fuimos al muelle hace ya tanto tiempo! ¡Qué escarlata estaba el cielo cerca de oscurecer!
Fue necio prohibirnos volver a brindar. Ya nada es tan sagrado. Después no supe hacer otra cosa que internarme entre estas paredes viejas a beber otra vez mi vino, a meterlo en mi sangre.
En este instante te miro inquieta. Avanzas muy ligero. Me dejas atrás. El recuerdo se afana y quiere anular tu pena. Te sigue y va borrando tus huellas, las lame, las absorbe mientras tú te vuelves para ver mi figura inmóvil, subyugada por la falta de valor. Por un instante observas, en tu mente, a ese alguien que quizás me ama y a mis días cobardes.
Te sigo, Paula. He roto la botella. No hay más vino para brindar, el que bebí sale ahora por mis venas quebradas, fundido con mi sangre.
Sé que hoy voy a encontrarte y habrá un nuevo vino para decirte:
¡Salud, Paula, salud!
María Dolores Cabrera.
Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá?
Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán?
Y al fin, libros y personas se encuentran.
André Gide.
Cuando escuchamos la palabra “arte”, de inmediato imaginamos que se trata de una o de varias pinturas recopiladas. De obras musicales de compositores famosos, o pensamos en esculturas que se han ganado un puesto en la historia, o quizás en obras de teatro famosas, de baile o en el arte del cine. Además, estamos conscientes de que el arte tiene una historia, un desarrollo, una evolución a lo largo del tiempo y que es digna de ser estudiada, profundizada, analizada en sus diferentes corrientes y tendencias según la época, la política y los problemas sociales de cada etapa, de cada sector del mundo. Sabemos que también es arte lo que hace un publicista, un mago, un arquitecto. En fin, aceptamos como concepto, que el arte es básicamente crear belleza en todas sus formas y plasmarla sobre un lienzo, sobre una piedra, sobre un papel, o mostrarla por medio del movimiento, de la voz.
Creo que, a través de mi experiencia, he llegado a la conclusión de que leer también se puede convertir en un arte y perfeccionarlo, nos llevará hasta un punto sublime donde al dominar la técnica precisa de involucrar el alma, veremos que la lectura nos puede llevar a un éxtasis especial, a danzar, a escuchar música, a saborear placenteramente lo que leemos.
Alguien pensará, en este mismo momento, que “depende de lo que leamos” y en parte, puede tener razón. Si leemos algo cuyo contenido desaprobamos o nos desagrada, es posible que ese éxtasis sea menos intenso, pero el punto es amar las palabras, las letras, la entonación de una frase, de una oración; amarlas porque eso nos transporta a la dimensión donde el yo, simplemente se ensalza, se sublima. Sentir que ESTOY LEYENDO y que ese solo hecho me da placer. Juzgar lo que leo, es otro tema; sin embargo, la libertad de poder hacerlo, me hace feliz.
Dominique Letort, en su clase basada en el Ensayo “La experiencia de Leer”, de C. S. Lewis, nos decía que según este autor, existe el “buen” y el “mal” lector, llegando a la conclusión de que los “buenos” lectores son pocos (minoría) y los “malos”, son muchos (mayoría) y descartando la idea de que hayan “buenos” y “malos” libros. Pero esta propuesta nos lleva a plantearnos las preguntas: ¿Y qué los diferencia? ¿Cuál es un “buen” lector y cuál un “mal” lector? El primero, sería el que ama la lectura, y no solo la practica, dice Lewis. No busca un beneficio personal que no sea el disfrute sublime de leer y re-leer.
Este “buen” lector, involucra todos los sentidos en su lectura; el oído, el olfato y la visualización mágica de su propio escenario implicado en lo que lee. Puede sentir y no creo exagerar si digo, saborear lo que lee y llegar a vivirlo así, es experimentar el verdadero Arte de leer.
Según el mismo Lewis, como ya lo mencioné, los libros también eran juzgados de “buenos” o de “malos”, pero a partir de la propuesta de su experimento, sugiere desechar esa idea y dar esos calificativos, ya no a los libros sino más bien a los lectores.
Considero que los criterios que se daban y se dan aún sobre los libros se clasificaban de acuerdo a las tendencias políticas, religiosas, moralistas, etc., pero para el “buen” lector, leer algo que desaprueba y disfrutar del gozo de poder refutarlo, es haber conseguido subir el escalón hacia la gloria del arte.
Leer con arte, se puede convertir en una salvación personal pues podemos llegar a sentir nuestro espíritu contenido dentro de un espacio que habitamos con regocijo mientras leemos, en ese espacio (sin tiempo) quedan fuera, suspendidas, pasmadas, inmóviles y por lo tanto incapaces de hacernos daño, todas las amenazas del mundo externo que nos saturan y nos ahogan.
El que ha llegado a manejar con perfección el placer de leer, se alucina con el mundo de la imaginación a la que puede acceder, con el razonamiento, con el conocimiento, con el encanto de cuestionar y hasta de refutar lo que lee.
Leer es un desafío en el que hay libertad. Libertad de elegir lo que nos gusta, de repetir un párrafo decenas de veces porque nos satisface el sonido, la imagen y hasta el olor de lo que leemos, de aceptar o rechazar conceptos, creencias, y de opinar con libertad: “Es hermoso”; pero también, de sentir la dicha de decir: “Esto, no lo creo así”, o “No lo comparto”, pero estas frases pueden ser expresadas dentro de la plenitud que nos ofrece la libertad en la que nos sumergimos al leer.
Leer es entonces, una habilidad perfeccionada, y como todo arte se convierte en el socorro que llena la carencia de la que nos habla Lacan (el sujeto en falta), y entonces, encuentra un sentido, una respuesta o un porqué, a lo que nunca lo tuvo.
El arte de la lectura sobrepasa la clasificación de la tendencia o de la corriente, sea ésta Renacentista, Romántica, Vanguardista, Modernista, Postmodernista, etc.
Para el “buen” lector, leer “La Divina Comedia” de Dante, escrita entre 1304 y 1321, es poder decir finalmente y con una sonrisa triunfal: “Yo estuve en el infierno”. Leer “Romeo & Julieta” del año 1597, escrita por Shakespeare, es sentir en la boca la resequedad que produce la impotencia de no poder romper resentimientos absurdos que desencadenen tragedias inútiles y hacer propia, en el momento de la lectura, la necesidad de morir. Leer “El Quijote”, publicada en dos partes, la primera en 1605, y la segunda en 1615, es comprender el deleite de la locura. La alegría de creer lo que no es. Leer “Madame Bovary”, novela Realista de 1857, de Gustave Flaubert; es para el “buen” lector vivir la verdadera angustia y la soledad de la protagonista, percibir dentro de él mismo, la fuerza y la valentía que tuvo para luchar contra un sistema represivo y juzgador y decidir por su propia vida, por su propia felicidad. Leer a Julio Verne, que comenzó sus publicaciones por el año 1863, es viajar en la aventura sin límites, y al final, abrir los ojos y regresar con “algo” que ya nadie nos puede arrebatar.
Jorge Isaac, por ejemplo, puede desencadenar críticas fuertes, como el uso excesivo del “sentimentalismo idílico” y la gran extensión que caracteriza a la novela “María”, escrita en 1867. Sin embargo, leerla es sentir en la piel del lector, el sudor frío de la agonía de María. Llorar su llanto y morir en su lugar. Leer la poesía de Medardo Ángel Silva, quién empezó a publicar sus poemas en 1913, es sufrir su propio dolor y desgarrarse en él.
Y si nos ubicamos ya en la época contemporánea, se podría decir que leer “Luna Caliente” de Mempo Giardinelli, (1983), es experimentar el tremendo erotismo de los personajes, dentro de la propia sangre del “buen” lector. Y qué decir de “El Penúltimo sueño” de Ángela Becerra, (2005) si el lector llega a escuchar con perfección cada nota de la “Trístesse de Chopin”. Y así, podría citar cientos de ejemplos para describir lo que se puede vivir con cada libro.
Como conclusión, creo que así como el público amante del arte ovaciona y aclama al final de una obra de teatro, de un concierto musical o de la presentación de cualquier expresión artística, la imagen de un “buen” lector terminando su obra, debería ser su venia inundada de aplausos.
María Dolores Cabrera.
Quito, abril 04, 2014.
Entrevista de Marco Chiriboga Villaquirán (+) a María Dolores Cabrera.
Él se acostumbró a vivir dentro de esa cueva húmeda, oscura pero cálida. Se alimentaba con lo que filtraba por unas rocas blandas, eso le bastaba. Tenía paz pero solía alterarse cuando recordaba su pasado tormentoso, infestado por el mal de aquella cruel depresión que le apartó de la humanidad. Llamó siempre a la muerte como única esperanza de sosiego. Anheló desesperadamente el meterse en un hueco oscuro, silente y solitario. Lo consiguió sin saber cómo. Ahora, presentía una salida inminente que quizás lo enfrentaría de nuevo a su angustiosa enfermedad, solo que esta vez, él todavía no había nacido.
María Dolores Cabrera.
Están sentadas al borde del lago. Carmen, mira silenciosa el reflejo de Lucía en el agua. Piensa en cuán menuda es la pobre. Ojos tristes, tiene. Pequeños. Nariz larga y pelo grueso, grisáceo. Es fea. Tonta. Poca cosa. Ella, en cambio, se considera bonita, inteligente, importante, valiosa. Tocan el agua. Provocan ondas y sonríen. Carmen, siente pena pero es prudente. Reconoce en el reflejo, sus propios aretes en las orejas de Lucía. Voltea. No hay nadie. Vuelve al reflejo. Es ella quien lleva puestos los pendientes. Siente un escalofriante sobresalto de terror y recuerda, súbitamente, su nombre completo, Carmen Lucía.
María Dolores Cabrera.
Noche helada repleta de nostalgia. Regreso, con las manos en los bolsillos, al barrio donde crecí. Camino despacio. Está cambiado. Las veredas anchísimas y muchos restaurantes y fondas. Una niña está sentada en la acera. Los codos en las rodillas. Está triste, sola y me acerco.
-Estoy perdida.
-¿Desde cuándo?
-Hace años. La niña llora.
-¿Cómo te llamas?
-Mariana
-¿Igual que yo? Levanto su mentón y el rostro es familiar. Los ojos canela, mi pelo rizado, los pómulos rosa. Mi falda celeste, la blusita roja.
-¡El espejo de mi cuarto! ¡Es mi infancia perdida!
GRITO. Me ahoga el alarido y lloro con ella.
María Dolores Cabrera
Hoguera chirriante. Danza altiva la lumbre, se agiganta vanidosa. Vibra, se eleva nocturna como bailarina coqueta. Descalza. Un segundo. Se achica. Juega. Revienta el reflejo en mi pecho. Sube y estalla estridente en mi sangre. El calor escarlata calienta mi cara. Un gato me mira. Salta como un suicida hacia el vacío, va hacia mis brazos. Lo salvo. Se sumerge en mi cuello. Acaricio y beso su pelaje con la locura de un loco. Lloro con demencia ahogada. Lo huelo, me huele. ¡LO AMO! -¿Volviste? ¿Te reconozco? ¿Me reconoces? ¿Está tu alma infiltrada, desesperada frente al fuego del amor?
María Dolores Cabrera.
1) INTRODUCCIÓN. - Este ensayo tiene como objetivo mostrar las similitudes de dos obras escritas en épocas más o menos distintas (Alexis en 1929 y La Hora de la Estrella en 1977), es decir con casi cincuenta años de por medio. A pesar de que este tiempo puede marcar la diferencia de dos épocas, me ha llamado la atención tanta similitud encontrada en estas dos obras que además de ser escritas por mujeres (Marguerite Yourcenar y Clarice Lispector), son de una belleza extraordinaria. Dos novelas, narradas ambas por una voz masculina, que me cautivaron por la hermosura de su lenguaje, la sutileza de cada palabra escogida para dibujar pensamientos que transmiten los sentimientos más profundos y desnudos del ser humano. Sobre todo, las autoras consiguen que el lector se estremezca al poder palpar la sinceridad que las dos obras procuran mostrar en la transparencia de sus personajes principales.
En el caso de Alexis, la delicadeza con la que intenta exponer una situación difícil y dolorosa, de la forma más natural posible y en el caso de Macabea, una muchacha que también se muestra más natural que lo natural, aunque la palabra redunde. Otro rasgo que predomina en las dos obras es la franqueza de los dos protagonistas mencionados, la lealtad con la verdad de sus respectivas realidades. A pesar de que son dos historias muy distintas, cada uno plantea una autenticidad clarísima, completamente diáfana. Son creados por las autoras para que el lector asimile un bosquejo perfecto de la espontaneidad con la que un ser, hombre o mujer, puede contar lo que es en realidad, el desprendimiento total de los prejuicios, los mismos que los retiran cuando afirman sus realidades como cualquier persona lo hace con la ropa que lleva puesta.
Me ha maravillado la exención total con la que se redimen, tanto Alexis como Macabea, despojándose a sí mismos del interés de la apariencia para mostrar solamente la verdad. Macabea, nos regala una sencillez y un candor, a lo largo de su triste historia tanto como Alexis, una confesión que lo libera para presentar, auténtico, su realidad.
2) DESARROLLO. - Biografía de las autoras y análisis comparativo de las obras.
- El análisis detenido del desarrollo de la trama y del resto del contenido de “La Hora de la Estrella”, notaremos que sobresalen, en el personaje de Macabea, sentimientos de tristeza:
“...Tenía una mirada como de quién tiene un ala herida...”, de soledad:
“...ella tuvo por primera vez en su vida una de las cosas más valiosas: la soledad...”. “Macabea retomó su placer de no pensar en nada. Vacía, vacía. Como dije, ella no tenía ángel de la guarda...”. “Ella se abrazaba a sí misma con deseos de un gran abrazo...”, de culpa:
“...con aire de disculparse por ocupar espacio”, del infortunio de la vida:
“...su fuerza sangraba...”, del dolor de no ser lo que quisiéramos ser:
“...adivinaba que tal vez había otros modos de sentir, había existencias más delicadas y hasta con un cierto lujo de alma...”, de baja autoestima:
“...Pero no sé lo que hay dentro de mi nombre. Solo sé que nunca fue importante...”. “...una muchacha que nunca se miró desnuda porque tenía vergüenza ¿Vergüenza por pudor o por ser fea…?”. “...ella prestaba más atención a las cosas más insignificantes como ella misma...” El anhelo por la muerte sin que ésta sea demasiado mala, al contrario, salvadora:
“...Fue a buscar en el propio, profundo y negro centro de sí misma el soplo de vida que Dios nos da...”
Igualmente, en “Alexis o El Inútil Combate”, el protagonista nos muestra, a lo largo de su confesión, las mismas características expuestas en Macabea, la desgracia de Alexis de vivir dentro de una realidad que le inunda de dolor, de dudas, de cuestionamientos que lo hacen sentir inmensamente desdichado encontrando justificaciones solo dentro de su propia alma, una tribulada adversidad que anula su autoestima y lo anega de culpa y de arrepentimiento, pero que sin embargo; la plantea tal cual es, con una sinceridad que se desborda en sus palabras:
“…Era un placer, era casi un sufrimiento. Durante toda mi vida he pensado que el placer y el sufrimiento son dos sensaciones muy parecidas…”.
“…No veo por qué el placer tiene que ser despreciable por ser sólo una sensación, cuando el dolor también lo es…”.
“…Nos creemos puros cuando en realidad deseamos lo que estamos despreciando…”.
Y por supuesto, la conciencia de su desdicha y la búsqueda del bienestar que todo ser anhela:
“…nada prueba mejor nuestra miseria que la importancia de la felicidad…”.
“…Solo, ante un espejo que descomponía mi angustia, he llegado a preguntarme qué tenía yo en común con mi cuerpo, con sus placeres o sus sufrimientos, como si no le perteneciera…”.
Los personajes secundarios que Marguerite Yourcenar crea en “Alexis”, como son Mónica, la familia de Alexis, todas las personas que el protagonista menciona de su pasado, etc.; tanto como los que Clarice Lispector crea en “La Hora de la Estrella”: Olímpico, Gloria, la adivina Madame Carlota, etc., son fieles testigos que ayudan a los personajes principales a afianzar sus intenciones, su forma de mirar el mundo y sus miserias humanas tal cual las realidades peculiares de cada uno.
Al revisar un poco la vida y el pasado de las escritoras de estas dos novelas, encontramos una coincidencial similitud en algunos aspectos: Las dos quedan huérfanas de madre a muy temprana edad. Youcenar y Lispector, emigran por diferentes motivos de sus lugares de origen y viven en tierras extranjeras mudándose continuamente, de un lugar a otro, por distintas razones. Sus existencias están marcadas por caracteres sensibles a los sentimientos y a las tragedias humanas, por tristezas y tribulaciones y sobre todo, por el amor y el apego a las letras y a la escritura.
Marguerite de Crayencour, que es el nombre original de Marguerite Yourcenar, nace en Bélgica, Bruselas, el 8 de junio del año de 1903. La madre de Marguerite, de origen belga, muere simultáneamente al momento del nacimiento de su hija y su padre francés, que tenía una afición muy acentuada por los viajes, la lleva consigo a Francia. Éste, se encarga de imparte una educación muy escrupulosa y esmerada.
Marguerite, estudia Cultura Clásica. Su primer volumen de poemas fue “El Jardín de las Quimeras” en 1921 y en 1922 publica otra colección de poemas “Los Dioses no han Muerto”, más tarde tenemos: La “Nouvelle Eurydice”, de 1929, “Denier du rève”, y una colección de tres cuentos: “La mort conduit l´attelafe”, las dos obras de 1934. Publica a finales de1928, “Alexis o el Tratado del Inútil Combate”, aproximadamente 10 años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En 1937 traduce al francés “Las Olas”, de Virginia Woolf y en el mismo año, conoce a Grace Frick quién fue su compañera y amante durante casi 40 años. La muerte de Frick es para Yourcenar el golpe más grande de su vida y jamás se recupera completamente del mismo.
Marguerite, fija su residencia en los Estados unidos en el año de 1939. Y en 1948, consigue la nacionalidad americana. Los primeros años en este país los dedica a practicar la enseñanza y a la traducción de textos. Se consagra como novelista importante con las novelas: “Memorias de Adriano”, publicada en 1951 y “Opus” nigrum”, en 1965. Publica, además, ensayos, obras teatrales y en 1974, su autobiografía en dos volúmenes. En 1980 es la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Francesa. En 1986 es galardonada con “La Legión de Honor Francesa”.
Si tomamos en cuenta que Youcenar era lesbiana y vivió cuarenta años con su compañera y amante, Grace Frick, en una época en la que se condena radicalmente esta condición, podemos elucubrar que quizás ella se reflejó a sí misma, invirtiendo el género del personaje de la historia y encubriendo su intención al crearlo de sexo masculino y homosexual; así Alexis vive momentos dolorosos, de angustia, culpa, arrepentimiento, etc., como cualquier otro u otra en medio de una realidad similar reprobada drásticamente por la sociedad.
Marguerite Youcenar, fallece el 17 de diciembre de 1987, a consecuencia de un ataque cardiaco.
Su obra “Alexis”, que es materia de este análisis, consiste en una larga carta, una carta tierna, triste, que el personaje dirige a su esposa (Mónica), describiendo con dolor el inútil combate que ha tenido que vivir en contra de sus inclinaciones. La autora expone aquí, un tema muy difícil de abordar en 1929, la homosexualidad, a pesar de que en el texto jamás se menciona esta palabra. En la carta está explícita una confesión que se va descubriendo ante los ojos del lector y que está llena de sutileza, de hermosura y de pudor.
El protagonista que escribe la carta con miedo y dubitativamente, siente culpabilidad y decide desnudar su alma y confesarse ante Mónica.
“…soy demasiado culpable para contigo y tengo que obligarme a establecer una distancia entre tu compasión y yo…”
Alexis intenta explicar a Mónica toda la culpa que ha tenido que cargar en su vida al ocultar su realidad, pero acepta que el cómo hacerlo, es muy triste, vergonzoso y difícil:
“…Si es difícil vivir, es aún mucho más penoso explicar nuestra vida…”
“…La vida, Mónica, es más compleja que todas las definiciones posibles…”
El personaje, atormentado, evoca su pasado como para intentar justificar situaciones que lo motivaron a ser lo que es:
“…No creo recordar ninguna risa…” “…que no fuera una risa apagada…”
“…Terminamos incluso por acostumbrarnos a hablar sólo en voz baja, como si temiéramos despertar recuerdos que deben dormir en paz…”
“…Mi infancia fue solitaria y silenciosa; me hizo tímido y, por consiguiente, taciturno…”
Esta carta es larga y manifiesta un auténtico combate, no solo el de él mismo frente a su realidad sexual, sino también frente a su debilidad, frente a sus miedos, a su soledad, a su inseguridad y a sus propias culpas. Es un combate con el que el lector se identifica ya que todos en algún momento luchamos contra nuestro propio yo y nos cuesta más aceptarnos a nosotros mismos que a los demás.
Mientras Alexis, explica a su mujer por medio de esta carta, la realidad que lo consume, acepta que no es suficiente hacerlo porque hay mucho más:
“…Pero, aunque lo supieras todo, aún me quedaría explicarme a mí mismo…”
Se sabe diferente al resto, pero reconoce que no es un monstruo en medio de la humanidad, que cada ser humano carga con el peso de su realidad:
“…porque cada uno de nosotros tiene su enfermedad particular…”
Alexis, confiesa también que existió en él, otro mal; uno distinto al que trata de desnudar en la carta, pero no menos intenso y abrumador y lo declara así:
“…vi crecer lentamente mi segunda obsesión: la tentación de la muerte…
(CONTINÚA)
“…Siempre me ha parecido muy fácil morir. Mi forma de concebir la muerte apenas difería de lo que yo imaginaba sobre el amor: la veía como un desfallecimiento, una derrota que sería muy dulce…”
En el texto se puede observar cierta tendencia a denunciar los prejuicios a los que estaba sometida la sociedad de ese entonces y el inmenso miedo que obligaba, y tal vez obliga hasta hoy, a esconder una verdad:
“…todos nos transformaríamos si nos atreviéramos a ser lo que somos…”.
“…el ideal de moralidad un poco triste que oía ponderar a mi alrededor…”.
“…Hay algo puro en un acto, aunque sea culpable, comparándolo con los pensamientos que de él nos formamos…”.
Finalmente, Alexis, al terminar su carta y con ella su confesión, se despide de su esposa Mónica aceptando su engaño y anhelando su perdón, un perdón muy especial:
“…Mi espíritu fatigado se refugiaba tanto en la mentira…”.
“…si me arrepiento de algo, es de mi arrepentimiento…”.
“…siempre te he creído capaz de comprender, lo que es más difícil que perdonar…”.
“…Y ahora, te digo adiós…” - “…te pido perdón, lo más humildemente posible, no por dejarte, sino por haberme quedado tanto tiempo…”.
La autora revisa su escrito en 1963 pensando que tal vez estaba desactualizado y que, por lo tanto, habría que modificarlo; sin embargo, se da cuenta de que seguía provocando similares reacciones y que por lo tanto no estaba fuera de lugar, así que lo mantiene intacto, sin cambiarlo (excepto algún detalle de estilo), y aún ahora, en 2015, sigue siendo un tema de polémica actual.
Clarice Lispector. - Nace diecisiete años más tarde que Marguerite Youcenar, el 10 de diciembre de 1920, en un pequeño pueblo de Ucrania, lugar por donde sus padres estaban únicamente de paso, camino hacia el Brasil. Llegan a este país cuando la niña tenía apenas dos meses y se instalan en Recife. Al igual que Marguerite, Clarice pierde a su madre que era paralítica y que fallece de sífilis, una enfermedad que contrajo cuando fue violada por soldados rusos, aunque en este caso, la madre de Clarice muere cuando ésta tenía ya 10 años de edad. En 1935, se muda con su padre y hermana a Río de Janeiro, para este momento, Clarice ya es adolescente.
Estudia Derecho y apoya con su trabajo periodístico a algunas revistas y periódicos. Su crecimiento es como ser humano, pero también como escritora. Tiene una singular belleza y un talento arrollador. A los veintiún años publica su primera novela, “Cerca del Corazón Salvaje”, que la había escrito cuando apenas tenía diecisiete años. Posteriormente se casa con el diplomático Maury Gurgel Valente y debido a la actividad de éste, tiene que vivir en diversos sitios como Milán, Londres, París y Berna. Éste último es el lugar del nacimiento de Paulo, su primer hijo.
Años más tarde, en 1949, Clarice regresa al Brasil y retoma su labor periodística publicando de nuevo, artículos, columnas y cuentos en revistas y diarios, pero casi siempre firmando con seudónimos.
A finales de 1952, tiene que mudarse, una vez más por la actividad de su marido, a Washington D.C.
A principios de 1953 nace Pedro, su segundo hijo y permanece en esta ciudad a lo largo de ocho años luego de los cuales regresa al Brasil después de separarse de su esposo, en el año 1959. Aquí retoma su antigua actividad y publica su primer libro de cuentos “Lazos de Familia”. Después, “Una Manzana en la Oscuridad”, 1961 y “La Pasión según G.H.”, en 1963.
Posteriormente, a partir de 1966, comienza a sufrir depresiones profundas como consecuencia de las secuelas que dejara en ella el resultado de un trágico evento. Su dormitorio había ardido en llamas por la colilla de un tabaco que quedó encendida por descuido y esto la marca con desastrosas quemaduras.
Un cáncer de ovarios la ataca luego y Clarice Lispector muere a causa de éste, en el año 1977 en Brasil, cuando tenía 56 años de edad. Pocos meses antes se había publicado su novela “La Hora de la Estrella”, que será parte del tema del presente trabajo.
Como anécdota curiosa nos encontramos con que la autora piensa en trece títulos para este libro. Finalmente, no quiere omitir ninguno y los trece se quedaron como válidos al comienzo de la novela, pero comercialmente, al libro se lo conoce como “La Hora De La Estrella”. El significado y mensaje que Lispector entrega en esta frase, es que cada ser humano consigue el “gran estrellato” a la hora de morir. Macabea, el personaje principal de esta novela, por primera y única vez, puede sentirse una estrella el instante en el que expira. Solo la muerte le da la importancia que nunca tuvo. “…
Descubro con alegría que todavía no llegó la hora de estrella de cine en la que Macabea muere…”.
“…Esta hora exacta Macabea sintió unas profundas náuseas en el estómago y casi vomitó, quería vomitar lo que no es cuerpo, vomitar algo luminoso. Estrella de mil puntas…”.
Primero comprendamos que “La Hora de la Estrella” es la historia de una joven que parece estar constantemente anonadada. Ella no es consciente de lo que realmente es, de lo que puede significar su existencia, su realidad. No se conoce a sí misma y por lo tanto no es feliz pero tampoco infeliz. El aletargamiento mental y emocional parece ser, en este caso, una forma de inocencia que es herida muchas veces y que la lleva a una rutina conformista y a la miseria. Ella es una muchacha “insignificante” que desconoce sus propios sentimientos y pensamientos, pero ni siquiera de su insignificancia está consciente.
…es tan tonta que a veces les sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni siquiera la miran…”
Clarice Lispector, ahonda en un estilo luminoso y fértil pero muy personal en sus obras y concretamente, en “La Hora de la Estrella”, une esto a una estructura formal compleja. Transforma con mucha fuerza, las palabras en una pureza increíble de imágenes vigorosas y según la misma autora, esta novela “Es la historia de una inocencia herida, de una miseria anónima, sobre una muchacha que no sabía que ella era lo que era y que por ello no se sentía infeliz”.
Se convierte entonces en una de las escritoras más interesantes, desconcertantes y frustrantes del siglo XX. Según sus propias palabras, ella utiliza el lenguaje como: “El camino en busca de la realidad”. Las obras de Clarice Lispector, emanan una cierta extrañeza a la que ella parece estar predestinada y acepta que utiliza “la palabra como cebo para captar la entrelínea, algo que está más allá del lenguaje”. “Esta escritora…”, dice Elena Lozada que es su traductora, “…tiene una manera distinta de mirar la realidad, como lo hacen los niños, sin estereotipos. Para ella no hay cosas insignificantes, lo más banal puede desencadenar la epifanía. Clarice es virtuosa en la oscuridad”.
El hijo de Clarice, Paulo Gurgel Valente, describe a su progenitora como “una madre muy natural” y que escribía mientras educaba y cuidaba a sus hijos en casa. Además, dice que Clarice Lispector “escribió por delante de su propia época, por eso hoy está presente”. “Clarice estaba dotada de una sensibilidad poco común para el mundo y las personas corrientes, con una visión que cada día que pasa atrae a más personas gracias a internet y los libros electrónicos”. Ofelia Grande, editora, nos dice que “Lispector empezó a escribir de una forma muy diferente a como se había escrito hasta el momento, con una forma distinta de transmitir la realidad, nada costumbrista, caracterizada por la innovación en la forma de narrar”.
Se ha celebrado, un homenaje internacional a Clarice Lispector, al que se lo ha denominado “La Hora de Clarice”. Se escogió el mes de diciembre para inaugurar este evento, ya que es el mes en que se conmemora el nacimiento de esta autora. Se trata de numerosos actos, celebraciones y conferencias por todo el mundo en los que, según Gurgel Valente, “son momentos para reflexionar, leer y comentar su obra, ya que sus admiradores confluyen en un lenguaje universal”.
Clarice Lispector llega a ser considerada una de las escritoras más importantes del siglo XX.
El libro “La Hora de La Estrella”, que es materia de este trabajo, está narrado por una voz masculina. Esta voz pertenece a un personaje cuyo nombre es Rodrigo S.M., quien comienza diciendo:
”...Mientras tenga preguntas y no haya respuestas continuaré escribiendo...”
”...Si esta historia no existe, pasará a existir...”
”…No, no es fácil escribir. Es duro como romper rocas. Aunque vuelan, como aceros espejados, chispas y astillas...”
”…es una fotografía muda. Este libro es un silencio. Este libro es una pregunta…”.
Con estas frases, la autora podría estarnos transmitiendo o explicando su propio pensamiento en cuanto a su particular escritura. Lo que piensa cuando lo hace, la necesidad que tiene, qué la motiva, qué pasa en esos momentos, cómo mira a un libro escrito por ella cuando lo tiene frente de sí misma, por qué lo hace, qué busca y cuánto le cuesta hacerlo:
”…Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo porque soy un desesperado y estoy cansado, no aguanto más la rutina de serme y si no fuese la sempiterna novedad de escribir, me moriría simbólicamente todos los días…”
”...Y que los ángeles revoloteen como avispas transparentes en torno de mi cabeza ardiente...”.
Al inventar este escritor masculino para contar su historia, se piensa que Lispector, denuncia cierto pensamiento que podría no ser considerado muy “femenino” dentro de una sociedad sexista. La autora puede darnos a entender lo que piensa su sociedad, con la siguiente frase puesta en la voz del narrador:
”…hasta lo que escribo podría escribirlo cualquier otro. Otro escritor, sí, pero tendría que ser hombre porque una escritora mujer puede lagrimear sentimentalismos…”.
La novela tiene como tema principal “una miseria anónima y una inocencia herida”, como ya mencionamos que lo dice la misma Lispector. Para esto ella, da vida dentro de la historia, a un personaje encarnado “en una joven Nordestina que”, según el testimonio de la misma autora, “era tan pobre que lo único que comió eran perros calientes”.
La Hora de la Estrella enfatiza en ideas asociadas a la pobreza, al sueño de una vida mejor y a los intentos de una mujer ignorante de sobrevivir en una sociedad sexista. Esta mujer (Macabea) no está consciente de su aparente infelicidad, podemos advertirlo por ciertas frases encontradas en la obra de Lispector:
”…Y encontraba bueno estar triste…”
”… Tal vez fuese así para defenderse de la gran tentación de ser infeliz de una vez por todas y de tener lástima de sí misma…”
”…No sé cómo se hace para tener otra cara. Pero solo en la cara estoy triste porque por dentro estoy alegre. Es tan bueno vivir, ¿no?
”…hasta pensaba que era feliz…”.
Vemos como en todas estas citas, se recalca y por lo tanto se entiende, que ella siente que es feliz, aunque a veces tiene la tentación de estar “triste”. No reconoce a la tristeza como tal, más bien aquel sentimiento, que no registra como tristeza, le parece bueno. Aunque al final quizá lo acepta: ”…Sólo entonces advirtió que su vida era una miseria…” La vida de Macabea es muy simple. Lo único que ella añora es tomar Coca Cola, ir al cine y:
(CONTINÚA)
”...el dulce de Guayaba con queso, la única pasión en su vida...”.
Admira a Marilyn Monroe y le hubiera gustado ser como ella. Nadie la ama a pesar de que llega a tener un “novio”, Olímpico de Jesús, de quién ella se enamora. Él es un muchacho ambicioso que lo único que le interesa es ascender económica y socialmente; al conocer a Gloria, amiga de Macabea, él se da cuenta de que ésta le puede mejorar su situación financiera y abandona a Macabea para irse con ella. Macabea supera este impacto y continúa su amistad con Gloria como si nada hubiera pasado:
”...En el momento en que Olímpico la dejó, la reacción de ella surgió de repente inesperada: se puso sin más ni menos a reír. Reía porque no se acordó de llorar...”
”…Después que Olímpico se despidió, ya que ella no era una persona triste, trató de continuar como si no hubiese pasado nada…”.
La muchacha se siente enferma y decide acudir al médico a pesar de que, el hacerlo, no le hace ninguna gracia:
”…hace casi un año que estaba resfriada. Tenía ataques de tos seca por la madrugada: los ahogaba con su almohada minúscula…”.
Es así como se entera de que tiene Tuberculosis, pero decide guardarlo en secreto. Gloria le aconseja que visite a una adivina, Madame Carlota, quien le augura un futuro feliz y la colma de sueños diciéndole que un hombre extranjero se casará con ella y desde entonces tendrá mucho dinero. Macabea, sale entusiasmada de aquel lugar e inmediatamente es atropellada por un Mercedes de color amarillo (posible símbolo del dinero predicho por la adivina) conducido por un hombre rubio (que podría representar al extranjero nombrado por Madame Carlota).
”...el hombre rubio y extranjero la había mirado...”.
Rodrigo S.M., personaje que aparentemente narra la novela, tiene muchas dudas acerca de si decide o no matar a Macabea en la historia:
”...Voy a hacer lo posible para que ella no muera. Qué ganas de hacerla dormir y de yo también ir para la cama a dormir...”
El narrador ha dado vida a la protagonista y la asume como un ser real, tan real como él y siente dudas y culpa de la decisión que va a tomar al hacerla morir:
“…la creación de una persona completa que ciertamente está tan viva como yo…”.
“…¿Pero por qué siento culpa? Busco alivianarme del peso de no haber hecho nada en concreto a favor de la joven…”.
“…Juro que no puedo hacer nada por ella. Les aseguro que si yo pudiera mejoraría las cosas…”.
Sin embargo, toma la decisión y Macabea muere en la calle:
”...Entonces, allí acostada, tuvo una húmeda felicidad suprema, pues ella había nacido para el abrazo de la muerte...”.
”...yo quise anunciar que... que Macabea murió...”.
Rodrigo S.M., se identifica tanto con ella que concluye diciendo:
”...Macabea me mató...”.
”...acabo de morir con la muchacha...”.
¿Qué tanto se identifica Clarice Lispector con Rodrigo S.M., y por lo tanto con Macabea? Tomemos en cuenta que este hombre es un invento de la autora y sin embargo, él dice:
”...La acción de esta historia tendrá como resultado mi transfiguración en otro...”.
Recordemos que Clarice, sufre depresión y un cáncer, además de las quemaduras de la que fue víctima:
”…a través de esa joven doy mi grito de horror a la vida. La vida que tanto amo…”.
Por lo tanto, parece que hay muchos elementos autobiográficos en la obra y que construye el personaje de Macabea, la muchacha protagonista de la historia, después de haber pasado mucho tiempo de su niñez en la región Noreste de Brasil en donde se percata que la gente nordestina, generalmente tenía una “mirada desorientada”.
Se cree también que Clarice Lispector, se deja influenciar por la imagen de una adivina a la que ella visita y a la que incluye al final de la novela. Parece ser que aquel día, al salir de donde la adivina, a Lispector le parece entretenido imaginar una escena en la que ella misma es atropellada por un automóvil Mercedes amarillo, muriendo inmediatamente, después de escuchar las maravillas que la adivina le había predicho.
Otro dato curioso es que a Lispector, como podremos recordar, la mata un cáncer de ovarios y a pesar de ignorar su mal cuando cuenta la historia de Macabea, incluye una frase en la novela que nos hace pensar en una enorme coincidencia del destino:
“...Macabea tenía ovarios marchitos como un hongo cocido...”.
A pesar de que la autora hace muchas referencias sobre la muerte a lo largo de la historia, cuando la escribe, como ya mencionamos, no está al tanto de la enfermedad que la mataría al año de publicar su obra La Hora De La Estrella. Sin embargo, encontramos en ella frases como estas:
“… Voy a tener tantas nostalgias de mí cuando me muera…”.
“… Si todavía escribo es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad…”.
”… ¿Pero quién sabe si ella no estaría necesitando morir? Pues hay momentos en que la persona está necesitando de una pequeña muertecita sin ni siquiera saberlo…”.
“…en la agonía del placer que es la muerte…”.
“… Acostada y muerta, era tan grande como un caballo muerto…”.
”… Dios mío, sólo ahora me acordé de que la gente muere…”.
3) CONCLUSIÓN. -
Dos obras espléndidas, en especial por la sutileza de las palabras que parecen escogidas para estremecer el espíritu del lector. Dos temas tristes, tremendamente humanos pero desgraciados. Un hombre homosexual que se siente culpable e infeliz y una muchacha insignificante y rechazada que no representa nada, ni es nadie, miserable e ignorante.
Con qué sabiduría es abordada esta complejidad humana por las autoras. Dos mujeres que también afrontan realidades difíciles y escabrosas como la orfandad, las enfermedades, el sexismo, la migración, la separación de sus parejas y en el caso de Youcenar, el lesbianismo.
Con este ensayo, he tratado de mostrar una comparación de similitudes entre la novela La Hora de la Estrella de Clarice Lispector, y Alexis o el Tratado del Inútil Combate de Marguerite Youcenar, y además la duda de: ¿Están muchas circunstancias de las vidas de estas autoras transferidas en sus obras? La respuesta será relativa según la apreciación de cada uno de los lectores de este trabajo.
María Dolores Cabrera H.
BIBLIOGRAFÍA: https://es.wikipedia.org/wiki/Marguerite_Yourcenar www.biografiasyvidas.com/biografia/y/yourcenar.htm https://es.wikiquote.org/wiki/Marguerite_Yourcenar https://es.wikipedia.org/wiki/Clarice_Lispector https://es.wikipedia.org/wiki/La_hora_de_la_estrella mi-estanteria.blogspot.com/2012/11/la-hora-de-la-estrella-de-clarice.html La Hora de la Estrella (Libro completo PDF) Alexis o El Tratado del Inútil Combate (Libro completo PDF)
Libro de cuentos: De Nuevo Tus Ojos
Año 2012
Entrevista 2012
Año 2010
César G. Ortiz C.
14.06.2019 01:24
Querida Lolita felicitaciones la página está lindícima y muy didáctica. Un fuerte abrazo